Vivir saludablemente y enfoque corporal
Salvador Moreno
26-12-2016

Cuando nos relacionamos con nuestro cuerpo como portador de alma, nos ocupamos de su belleza, de su poesía y de su expresividad. El hábito mismo de tratar al cuerpo como una máquina cuyos músculos son como poleas y sus órganos son como motores, hace pasar a la clandestinidad su poesía, de modo que nuestra vivencia del cuerpo es la de un instrumento y sólo vemos su poética en la enfermedad.

(Thomas Moore, citado por Schnake, 2008, 184).

Nuestra salud está relacionada, en buena medida, con nuestro modo de vivir, con las condiciones de nuestro entorno sociocultural y ecológico, y con nuestras interacciones. Tiene que ver con nuestra historia de vida, con nuestro presente y con nuestro proyecto de futuro. Está conectada con lo que hacemos, pensamos, sentimos y valoramos. Y es una dimensión, como otros aspectos de nuestro vivir que, en parte depende de nosotros, de cada uno y en parte de otros, de las condiciones socioculturales y ecológicas, de las situaciones específicas en las que vivimos y de cómo interactuamos con ellas.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), por salud podemos entender “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Considero entonces pertinente enfatizar el aspecto del bienestar, con sus diferentes facetas, como la dirección a buscar a lo largo de nuestra existencia para vivir saludablemente. Esto, para balancear lo que parece jalar mayor atención y recursos de personas, organizaciones y gobiernos, es decir la cura de enfermedades.

En términos cotidianos y profesionales seguimos, en general, haciendo una distinción entre salud corporal –usualmente llamada física– y salud mental. La misma OMS (2007) define esta última como no “sólo la ausencia de trastornos mentales. Se define como un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad”.

La pregunta es: ¿qué condiciones son necesarias para lograr promover este bienestar corporal, mental y social, que conlleve el desarrollo de las capacidades y competencias necesarias para interactuar de manera productiva y fructífera con los demás, el entorno y el medio ambiente, en todas y cada una de las personas?

Responder a esta pregunta es de una complejidad que rebasa los límites de este artículo. Por lo mismo, centraremos nuestra atención en el nivel microsocial, enfocándonos primordialmente en ámbitos de acción potencialmente disponibles para las personas en sus contextos de vida cotidiana. Desde luego que la acotación en este nivel no hace desaparecer la influencia que sobre él ejercen condiciones meso y macrosociales. Habrá que reconocer que están ahí como telón de fondo que influyen en las posibilidades y las limitaciones personales para generar condiciones favorables a la promoción de la salud de cada uno y de aquellos con los que convivimos cercanamente.

Los recursos de nuestro ser-humanos

“El cuerpo ha sido considerado como algo universal pero que carece de pautas innatas de conducta propias” (Gendlin, 1986/2001: 158). Sin embargo, según señala el mismo Gendlin, “en todas las especies animales se han hallado pautas conductuales heredadas muy complejas. Ningún cuerpo humano o animal es solamente ‘impulso’. El cuerpo incluye patrones de comportamiento. El ‘cuerpo remanente’ de meros impulsos es sólo una ficción” (159). Si asumimos esta perspectiva sobre los seres humanos, podemos proponer, al menos como hipótesis, que hay en nuestro cuerpo patrones de comportamiento que nos orientan a la vida, al bienestar, a la salud (Gendlin, 1996). Y que si nos escuchamos y hacemos caso desde la vivencia de nuestras interacciones a lo sentido corporalmente podremos encontrar modos de cuidar y promover nuestro bienestar y disminuir el malestar y la enfermedad.

Hay, sin embargo, una categoría de problemas que encontramos cuando identificamos en nuestra cultura una serie de creencias en relación a nosotros mismos, a nuestro cuerpo, a nuestra mente, a la salud y a la enfermedad, que muchas veces parecen reducir el campo de nuestra acción para propiciar nuestro bienestar.

Algunas de esas creencias que pueden ser obstáculos para vivir saludablemente son las siguientes:

  • El ser humano está compuesto de cuerpo, mente y espíritu; o, dicho en términos más coloquiales, de cuerpo y alma.
  • La característica distintiva por excelencia de los humanos es la razón. El conocimiento lógico-racional es el conocimiento por excelencia, el de mayor categoría, el relacionado con el conocimiento científico. Todas las demás formas de conocimiento han de estar de algún modo supeditadas a él.
  • La mente tiene “su asiento” en el cerebro. Éste es la parte más importante de nuestro cuerpo. Más aún, podemos distinguir y casi separar el cerebro del cuerpo propiamente dicho. Como señala Damasio (2003: 190): “en los puntos de vista modernos más populares, la mente y el cerebro van juntos, en un lado; y en otro, el cuerpo (que es el organismo total menos el cerebro)”.1
  • La salud corporal depende solamente de las condiciones de higiene y alimentación. Las condiciones socioculturales y el estilo de vida, así como los estados mentales y emocionales, no tienen mucho que ver con ella.
  • Las mismas condiciones de vida, higiene y alimentación influyen de la misma manera en todas las personas.
  • La salud mental es fundamentalmente un problema de individuos más que de grupos, sociedad y cultura, y tiene que ver fundamentalmente con problemas emocionales o procesos de pensamiento.
  • El diagnóstico de la enfermedad es importante para poder dar un tratamiento adecuado. Es más importante conocer las enfermedades que a las personas enfermas.
  • Para una misma enfermedad, hay que dar el mismo tratamiento; no importan tanto las características de las personas y los contextos en los que viven.
  • Desde el punto de vista médico, si no hay una causa concreta identificada para una enfermedad, entonces no es una “verdadera enfermedad”; o como algunos suelen decir, “cálmese, son sus nervios, tómese un tecito” (Lara y Salgado, 2002).
  • La identificación de una lesión anatómica o de una alteración fisiológica o bioquímica son explicaciones suficientes del enfermar. Ni las relaciones con otras personas, ni los aspectos emocionales y el estilo de vida son tan importantes.
  • Si hago algo, como o bebo y no identifico ningún malestar cercano, quiere decir que no me hace daño. Las pequeñas molestias de nuestro cuerpo hay que ignorarlas.

La lista podemos alargarla aún más. Sirva la anterior de ejemplo de algunas creencias comunes que pueden dificultar vivir sanamente. ¿Cuáles son ahora algunas hipótesis con las que podemos orientar nuestras acciones para vivir saludablemente? Veamos.

  • Los seres humanos somos una unidad. Podemos hablar de diferentes dimensiones: cuerpo, mente y espíritu. Pero, al ser una unidad, asumimos que lo que ocurre en cualquiera de ellas afecta a la totalidad, sea en dirección del bienestar o del malestar.
  • “El cuerpo (el cuerpo-propiamente) y el cerebro forman un organismo integrado e interactúan mutua y completamente a través de las vías químicas y neurales… Cuerpo, cerebro y mente son manifestaciones de un solo organismo.” (Damasio, 2003: 194-195). Las divisiones que hacemos son sólo con fines de investigación y didácticos.
  • Hay diferentes modalidades de conocimiento válido. El conocimiento lógico-racional no es el mejor ni el más adecuado en todas las circunstancias (Michel, 2006; Villoro, 1984).
  • De acuerdo con Gendlin (1978/1983), hay una clase especial de conocimiento corporal, confiable con el que podemos orientar nuestro vivir. Señala: “hay una especie de conciencia corporal que influye profundamente en nuestras vidas y que puede usarse como instrumento para ayudarnos a alcanzar metas personales” (57).
  • Nuestro cuerpo (del cuello para abajo) es tan importante como nuestro cerebro. De hecho, ambos funcionan mejor integradamente que separados. Desde la perspectiva de Damasio (1994/1996: 260), “independientemente de lo que estemos haciendo o pensando, es patente la cuasi inevitabilidad del procesamiento corporal. Es probable que la mente no sea concebible sin algún grado de corporización”.
  • El estilo de vida, el sentido que tiene para cada quien la vida y cómo cada uno nos posicionamos en ella, así como lo que pensamos, hacemos y sentimos influyen significativamente para vivir saludablemente.
  • La salud corporal y mental es una cuestión primordialmente biopsicosocial, que atañe a la sociedad, las familias y las personas.
  • Las mismas condiciones de vida, higiene y alimentación influyen de manera particular en cada persona y familia.
  • No hay enfermedades sino personas sanas o enfermas, con procesos parecidos a los de otras, y al mismo tiempo particulares.
  • Hay que encontrar y construir el camino personal para vivir saludablemente en la relación con otras personas y con los entornos. Lo mismo vale para recuperar la salud.
  • Muchas de las llamadas enfermedades del cuerpo están muy relacionadas con las condiciones de vida, con nuestros modos de vivir, lo que hacemos, sentimos, valoramos y pensamos. Igual sucede con los procesos de sanación; por ello la eficacia de los procedimientos médicos en cada persona depende también de dichos factores (Berteuris, 2007; Jaffe, 1980; Lara y Salgado, 2002; Schnake, 2008).
  • Nuestro cuerpoorganismo (Moreno, 2007, 2009) nos ofrece señales confiables de nuestro estado de bienestar o malestar. Cuando reconocemos y seguimos lo que Gendlin (1986/2001) llama una sensación-sentida, podemos encontrar modos concretos de vivir saludablemente. En sus palabras: “esa sensación es un paso nuevo. Te permite descubrir un modo de actuar más apropiado porque la sensación está en relación con más cosas de las que normalmente pueden ser interrelacionadas” (163).

Tenemos, entonces, hipótesis diferentes para orientar nuestro vivir saludablemente. Recordando que la salud no es sólo ausencia de dolor, sino una presencia de bienestar, paso ahora a comentar algunas situaciones de vida ante las cuales podemos requerir acciones intencionadas para promover o recuperar dicho bienestar.

Aprendiendo a vivir saludablemente

Creo que lo más importante es promover la salud. Y esto implica buscar y generar modos de vivir que contribuyan a nuestro bienestar –el de cada quien y el de todos. En esta dirección, una opción es tomar muy en cuenta nuestra sabiduría corporal. Tener presente que “con nuestro cuerpo sabemos mucho más de lo que podemos decir, en un momento dado, y también desde nuestro cuerpo podemos encontrar los modos de interacción que resultan adecuados en los siguientes momentos, en la situación en que nos encontramos” (Moreno, 2009: 18). Con eso, asumimos que “el cuerpo viviente es una interacción continua con su medio ambiente. Contiene, por lo tanto, información medioambiental” (Gendlin, 2003: 104), y en ese proceso de interacción podemos ir encontrando las acciones adecuadas para nosotros-en-las-situaciones, y que nos lleven en dirección del bienestar.

La cuestión de fondo con esta propuesta es: ¿de qué manera orientaremos nuestro vivir por esta sabiduría corporal, sobre todo si, en ocasiones, parece ir en una dirección distinta a la que marcan ciertas pautas culturales? Un ejemplo de esto lo encontramos en la alimentación. Una de las primeras decisiones fundamentales en relación con ella puede ser, para una madre, decidir si alimenta a su bebé recién nacido cuando éste tiene hambre o lo hace a una hora señalada por alguien más. A partir de ahí, será ya no sólo el horario sino lo que le da de comer y de qué manera toma en cuenta las reacciones del propio bebé ante ese alimento. A medida que crecemos, podemos ir seleccionando los alimentos de acuerdo al efecto que ejercen en nosotros, si sabemos escucharnos; o bien seleccionar “el menú” de acuerdo con la propaganda y las modas del momento, o comer simplemente lo que está a la mano, sin olvidar las situaciones de millones de personas que escasamente tienen qué comer.

Un área más de decisiones está en cuanto a la cantidad de comida que ingerimos. ¿Hemos aprendido a reconocer cuándo estamos ya satisfechos o comemos bajo consignas externas? Igual podemos decir del ambiente psicosocial que se da en relación a la comida en distintas familias. En algunas, comer está asociado con momentos de convivencia y conversación amena. En otras, puede estar más relacionado con un ambiente de tensión y ansiedad, ya sea por la escasez del alimento o por los problemas que viven los miembros de la familia. El resultado es que todas estas condiciones, y otras más, van entrando en juego en una complejidad que no siempre procesamos adecuadamente. Esto puede llevarnos a actuar de modos desfavorables para nuestro bienestar.

Por supuesto reconozco que hay factores sociales y culturales que complejizan las situaciones y las decisiones, y que varios de ellos parecen estar más allá de las posibilidades de cambio de las personas y las familias. Sin olvidar esto, la atención está puesta ahora en ese campo de acción que puede ser orientado y transformado por las decisiones y acciones de personas y grupos.

En este tenor, puedo afirmar que un asunto crucial relacionado con nuestro bienestar es la alimentación. Todo nuestro ser es afectado por lo que comemos, por cómo y cuánto comemos, y también por el ambiente psicosocial en el que lo hacemos. Por ello es que comer inadecuadamente es algo relacionado no sólo con los alimentos que ingerimos y las horas en las que lo hacemos. Tiene que ver también con los sentimientos, emociones y significados asociados con el comer, y ellos tienen tanto una dimensión personal como una sociocultural. Aquí entra en juego también la historia de cada persona, con sus contextos. La complejidad implicada en cambiar y mejorar hábitos del comer puede ser abordada con la modalidad de una escucha experiencial (Friedman, 2005), es decir de escucharnos desde lo vivido corporalmente (Moreno, 2009).

Otro factor actualmente más reconocido en relación con la salud y el bienestar es el estrés (Mathes, 2003; Schnake, 2008). Parece que las condiciones actuales de vida generan altos niveles de tensión en muchas personas y ello se asocia, entre otras cosas, con una diversidad de malestares como insomnio, pesadillas, alteraciones en el estado de ánimo, dificultad para concentrarse, hiperactividad, dificultades mayores en las relaciones interpersonales, fatiga crónica, interés disminuido por la vida, olvidos frecuentes, miedo a morir, sentimientos de aislamiento, tristeza o soledad, además de problemas con el sistema inmune, y malestares llamados psicosomáticos como dolores de cabeza, de cuello y de espalda; asma y trastornos digestivos, entre otros (Levine, 1997).

Sentir estrés es algo que tiene que ver con el modo como una persona vive una situación. Es decir, involucra la interacción persona/situación, en la que resaltan las formas como dicha persona vive y se posiciona ante esa situación (con temor, debilidad, incapacidad, amenaza, desprotección, etcétera), dados los significados conscientes e inconscientes que dicha situación tiene para ella. Podemos, entonces, identificar que en la vida cotidiana nos encontramos con diversas situaciones que van desde algunas poco estresantes hasta otras que llegan a ser incluso traumáticas por los efectos que generan.

Una forma de cuidar nuestro bienestar es atender con prontitud las pequeñas señales de que algo en nuestra vida no está bien y no dar explicaciones simplistas a las mismas e ignorarlas hasta que aumentan y nos indican que el problema ya es mayor. Otro aspecto importante de este cuidado es entender las molestias como señales y no como el problema mismo. Cuando recurro a los analgésicos cada vez que me duele la cabeza y a los sedantes o antidrepesivos cada vez que no puedo dormir bien, estoy dejando de escuchar con atención los mensajes que me doy a mí mismo a través de estas molestias. Sin embargo, recordemos que tenemos al menos dos opciones: 1) ver al dolor de cabeza y al insomnio como molestias que hay que quitar –como sea–; o bien 2) escucharnos para comprender qué me dicen de mi modo de vivir que requiere atención, y para generar las acciones y los cambios necesarios (Berteuris, 2007; Jaffe, 1980; Schnake; 2008).

Sin duda que hay otros factores importantes para promover nuestro bienestar. Identifico, entre ellos, la higiene, el cuidado del medio ambiente, la colaboración con otras personas, valorarnos (a uno mismo y a los demás) como seres humanos, darle un sentido a nuestro trabajo, clarificar nuestros valores y prioridades en la vida más allá de las propuestas de los medios masivos de información, tratar con respeto a los demás, apreciar lo bello que tenemos en nuestras vidas (sin ignorar las carencias y el sufrimiento), reconocer las posibilidades que tenemos para ser agentes de nuestra vida y darle cierto rumbo y sentido (Moreno, 2007). Adicionalmente, recordemos que la perspectiva de este artículo está ubicada en el ámbito de posibilidades de acción de personas y grupos. No abordo de manera directa el nivel de las instituciones y organismos, y tampoco el de las estructuras sociales, económicas y políticas.

Malestares crónicos y emocionales

Si bien el énfasis principal lo ubico en la promoción del bienestar y la salud, hay que atendernos cuando enfermamos. Estar enfermos tiene un efecto en nuestro vivir, en cómo nos sentimos, cómo pensamos, qué hacemos y cómo interactuamos con nuestro entorno. Las condiciones de vida actual suelen enfrentarnos a varias cuestiones sobre las que necesitamos decidir y actuar cuando enfermamos. Si la enfermedad es crónica esto puede resultar más complicado.

Una primera cuestión a resolver cuando enfermamos tiene que ver con el tipo de tratamiento que seguiremos. Aunque ciertamente partimos de las opciones que nos son accesibles, con frecuencia tendremos que hacer elecciones y tomar decisiones. Por ejemplo, ¿seguiremos un tratamiento alopático, homeopático, de medicina tradicional u otro? ¿A dónde y con quién iremos?... Ya desde aquí, podemos actuar automáticamente, haciendo lo que se supone que debemos de hacer o lo que nos dicen que hagamos, o bien podemos sopesar desde el cuerpoorganismo las opciones y dejarnos orientar por las respuestas que vengan desde él. Luego, están los ajustes que requerimos hacer en nuestra forma de vida, que no siempre son fáciles. Y, además, están las decisiones que hay que tomar frente a la diversidad de opiniones de familiares, amigos y personal de salud que consultamos.

También es importante considerar los aspectos del diagnóstico y del pronóstico de la enfermedad. Ellos implican varias y diversas creencias e hipótesis sobre el enfermar, según quien los haga. Muchos conocemos procesos de sanación que han ido en contra de pronósticos médicos. Nos preguntamos entonces qué creer, a quién creerle, con qué actitudes encarar lo que hacemos y lo que nos pasa. Necesitamos monitorear cómo vamos respecto a nuestra salud y enfermedad, e identificar qué parece ayudarnos y qué no. No son tareas fáciles. Aquí también enfrentamos la complejidad de las situaciones. Podemos recabar información, platicar con varias personas de nuestra confianza, escuchar diversas opiniones y puntos de vista de profesionales de la salud, observar cómo nos sentimos, tomar en cuenta los síntomas y signos presentes, revisar los resultados de diversos análisis, y luego ¿qué hacemos con todo ello? Gendlin (1986/2001) señala que las personas en psicoterapia “a partir de la sensación-sentida corporal, descubren percepciones y matices más complejos de lo que jamás hallaron en el exterior. Los pasos hacia la curación y el crecimiento personal son más intrincados que las viejas pautas de los animales o la sociedad” (163). Encontramos, entonces, en el proceso del enfoque corporal, un modo rico en posibilidades constructivas para abordar y resolver la complejidad de estas situaciones.

Por otro lado, cuando se trata de enfermedades en las que los componentes emocionales y algunas experiencias y significados vividos son claramente ingredientes tanto del proceso de enfermar como del proceso de sanar y recuperar el bienestar, hay que atenderlos explícitamente. Si lo hacemos adecuadamente, hay más probabilidades de sanar aún contra algunos pronósticos profesionales (Berteuris, 2007). En un caso referido por Berteuris, la paciente llamada María atendió a lo corporalmente sentido en relación con su dolencia de espalda, con un diagnóstico de espondilolistesis y, según refiere su médico, “la sensación sentida fue cambiando y tomando forma. Se fue abriendo dándole a la paciente su mensaje. Y en este trabajo que decide hacer María con sus imágenes [que llegaron desde la sensación-sentida] ella avanza y mejora” (42).

Personalmente he atendido a una mujer de 32 años, con tres meses de insomnio. Según ella relata, dormía un máximo de dos horas diarias discontinuas, con todo y los medicamentos que tomaba. Su condición corporal, emocional y relacional estaba muy afectada. Se sentía y estaba agotada. Cuando platicó conmigo estaba desesperada ante la poca efectividad de las diversas acciones que había realizado. Lo primero que hicimos fue lo que en el enfoque corporal llamamos despejar un espacio (Gendlin, 1978/1983; Moreno, 2009), es decir identificar y hacer amablemente a un lado los pendientes, problemas y preocupaciones, para desde un espacio libre de preocupaciones poder atender con más claridad las sensaciones-sentidas que surjan en el proceso. Una vez despejado el espacio, empezamos el proceso con una pregunta/invitación: ¿Cómo me siento ahora en relación con mi no dormir?... esperamos a que llegara la primera sensación-sentida. Luego, buscó la simbolización precisa para ella. Tardó un poco en encontrarla. Cuando finalmente lo hizo, ello dio curso a la formación de una nueva sensación-sentida. En el transcurso de la conversación y del proceso fueron apareciendo imágenes de diferentes situaciones vividas y de los sentimientos y significados relacionados con ellas. En esa interacción entre sensaciones-sentidas y simbolizaciones precisas, en el contexto de una relación de confianza, acompañante y respetuosa, fue cambiando su sentir corporal en relación a varias situaciones de su vida y los significados. Al final, ella se sentía diferente y todo su cuerpo parecía relajado, tranquilo y en paz. Esa noche durmió unas seis horas, según me comentó después, y en sus palabras, “descansé como hacía mucho no había descansado”. Le sugerí que siguiera por algunos días prestando atención a sus sensaciones-sentidas; ella había aprendido antes cómo hacerlo para propiciar el proceso. En el transcurso de una semana, ella dormía ocho horas diarias, descansaba bien, recuperaba su energía y su alegría de vivir. Tres meses después su condición se mantenía “muy bien”; es decir, dormía ocho horas y descansaba.

Es importante señalar que cuando enfermamos, es conveniente tener el diagnóstico de un profesional de la salud, que nos ayude a saber qué ocurre. Y en muchos casos puede ser necesario realizar varias acciones diferentes para promover la recuperación de la salud. Esto puede implicar incluso la participación de personal de salud de diferentes orientaciones –en cuanto al tipo de medicina que practican–.

Describir y señalar que una alternativa como el enfoque corporal puede ayudar a la promoción y a la recuperación de la salud no implica desconocer ni dejar de utilizar otras opciones. Lo que resalto aquí es la posibilidad de mantener la condición de agente, dentro de las limitaciones existenciales y contextuales, para hacernos cargo, a través de acciones y actitudes, de nuestra vida y de nuestro bienestar, aún si ello implica, en ocasiones, dejar a otras personas algunas decisiones o actividades que nos involucran (Moreno, 2007). Tampoco hay que olvidar que las condiciones socioculturales y ecológicas en las que vive cada quien juegan un papel importante en los procesos de bienestar y de enfermedad, tanto en la salud corporal como en la llamada salud mental (Jaffe, 1980; Lara y Salgado, 2002). Y que estas condiciones, también pueden ser abordadas desde la perspectiva del proceso del enfoque corporal (Gendlin, 1978/1983, 1986/2001).

Concluir sin terminar

El tema queda abierto para seguirlo desarrollando en su complejidad. Lo que he enunciado aquí es que el Enfoque Corporal como filosofía sobre los seres humanos, como teoría del cambio personal constructivo, como proceso del cambio mismo y como procedimiento técnico para promover transformaciones personales que implican nuestras interacciones en nuestro vivir tiene algunas aportaciones que podemos encontrar valiosas para promover nuestro bienestar en las distintas esferas de la vida, y para atendernos cuando enfermamos, ya sea para recuperar la salud, o para enfrentar de mejor manera lo irremediable de una enfermedad crónica o la cercanía del momento final de nuestra vida.

Algo que he aprendido a valorar de esta propuesta es su compatibilidad y su facilidad para integrarse en un diálogo constructivo con diversas propuestas que atienden a otras dimensiones de nuestro vivir.

Termino con dos citas que desde campos distintos parecen apuntar en la misma dirección: somos seres-en-interacción. El bienestar y el malestar los vamos promoviendo en esas interacciones. “Cuando vemos, oímos, palpamos, gustamos u olemos, en la interacción con el medio participan el cerebro y el cuerpo propiamente tal” (Damasio, 1994/1996: 250). Somos organismos totales, no un conjunto de piezas u órganos. Y desde otra perspectiva concuerdo con Gendlin (1986/2001) al señalar que “separar el poder individual y el social es simplificar en exceso. Ambos, individuo y sociedad, están siempre implicados, pero su relación puede estudiarse mejor si se diferencian diversas clases de pasos y procesos” (166). Por esta vez, el foco de atención ha estado más puesto del lado de las personas. Sin embargo, no olvidamos la dimensión sociocultural, con toda la complejidad que ella implica.

Nota:

Dr. Salvador Moreno López. Psicólogo y psicoterapeuta. Coordinador de la Maestría en Psicoterapia en el ITESO de Guadalajara. Coordinador en México del Focusing Institute de New York. Instructor certificado de Enfoque Corporal (Focusing). Autor de numerosos artículos sobre cuestiones educativas, de psicoterapia y de desarrollo humano. Psicoterapeuta y coordinador de talleres relacionados con el Enfoque Corporal.

Correos: smorenol@iteso.mx, smorenol@prodigy.net.mx

Referencias bibliográficas

Berteuris, E. (2007). Las partes por el todo. Buenos Aires: Dunken

Damasio, A (1994-1996) El error de Descartes. La razón de las emociones. Santiago: Andrés Bello

Damasio, A. (2003) Looking for Spinoza. Joy, Sorrow and the Feeling brain. Orlando: Harcourt

Friedman, N. (2005) Experiential Listening. Journal of Humanistic Psycology, 45 (2), 217-238

Gendlin, E. (1978-1983) Focusing. Proceso y técnica del enfoque corporal. Bilbao: Mensajero.

Gendlin, E. (1986-2001) Deja que tu cuerpo interprete tus sueños. (1era edic.) . (S. Pascual, trad.) Bilbao: Desclée De Brower.

Gendlin, E. (1986) Let your body interpret your dreams (1a. ed.). Wilmette: Chiron Publications.

Gendlin, E. (1996) Focusing-oriented psychotherapy. A manual of the experiential method. New York. Guilford Press.

Gendlin, E. (2003) Beyond pos-modernism: from concepts through experiencing. En R. Frie (Ed.) Understanding Experiencing Psycotherapy and Postmodernism. (págs. 110-115). London: Routledge.

Jaffe, D. (1980) Healing from within. Psycological techniques to help the mind heal the body . New York: Simon & Shuster Inc.

Lara, A. y Salgado, N. (Comp.) (2002) Cálmese son sus nervios, tómese un tecito…México: Pax México.

Levine, P. (1997) Waking the tiger. Healing trauma. Berkeley: North Atlantic Books.

Mathes, P. (2003) Trauma: Sanación y transformación. Watsonville: Capacitar Inc.

Michel, G. (2006) Existencia y Método. Investigación científica y hermenéutica existencial. México: Castellanos Editores.

Moreno, S. (2007) Descubre tu poder personal. Mirada, 6 (22), 4-13

Moreno, S. (2009) Descubriendo mi sabiduría corporal. Focusing Guadalajara. Focusing México.

Organización Mundial de la Salud (OMS). Sitio en la Internet: http://www.who.int/es. Consultada el 11 de abril de 2010.

Schnake, A (2008). Los diálogos del cuerpo (10ª. Ed.) Siglo Veintiuno Editores.