¿PARA QUE EXISTE LA LLUVIA?
Notas acerca de una psicoterapia del acontecimiento vital
Dr. Claudio Rud
21-12-2016

Dr. Claudio Rud.
Buenos Aires. Argentina.
claudio@casabierta.com

Comienzo por aclarar el sentido del título de estas notas acerca del para que de la lluvia, el mismo se refiere a los propósitos, a la utilidad y/o a los resultados de algún fenómeno o acontecimiento.

La respuesta a esa pregunta puede ser formulada desde dos posibles puntos de vista. Pero ambos aluden a la finalidad del fenómeno. Es decir que son respuestas a la pregunta ¿para qué?

Una de las posibles respuestas, desde la perspectiva del hombre, podría ser: para regar los campos, para nutrir los sembrados, para aumentar el caudal de los ríos, para mantener el equilibrio ecológico, para provocar inundaciones, etc. Es decir que existe con un propósito que se extiende más allá del fenómeno mismo del llover, que lo trasciende. Desde este punto de vista el poder de la lluvia, está en el logro de ese propósito, y será valorada como buena o mala de acuerdo a las consecuencias que provoque.

La otra respuesta posible a la que me refiero, considera que la lluvia sólo existe para llover, es decir que el fenómeno ocurre como pura afirmación de su ocurrir, que es inmanente. En este caso el poder de la lluvia consiste en que "puede llover", reside en su plena expresión, en el acto mismo de llover.

Desde la perspectiva centrada en el hombre, pensamos la lluvia con un criterio de utilidad, en cambio desde la perspectiva de la naturaleza toda, la lluvia ocurre sin otra finalidad que no sea llover.

Es Spinoza quien nos advierte en el apéndice de la primera parte de su Ética, acerca del prejuicio humano, de este mirar antropocéntrico, por el que entendemos los sucesos desde la lógica de la utilidad. "Todos los prejuicios que intento indicar aquí dependen de uno solo, a saber: el hecho de que los hombres supongan, comúnmente, que todas las cosas de la naturaleza actúan, al igual que ellos mismos, por razón de un fin, e incluso tienen por cierto que Dios mismo dirige todas las cosas hacia un cierto fin, pues dicen que Dios ha hecho todas las cosas con vistas al hombre, y ha creado al hombre para que le rinda culto."

También podemos intentar entender el encuentro interhumano teniendo en cuenta que lo podemos hacer desde una mirada, o desde la otra; a la primera la denominaríamos finalidad intencional y a la otra finalidad deseante. Del mismo modo que con la lluvia podemos preguntarnos acerca del poder del encuentro. O bien lo que el encuentro puede, está en su resultado es decir en un más allá del acontecimiento, lo que nombramos como finalidad intencional; o bien el poder, es decir la potencia del encuentro, está en el encuentro mismo, a esto último lo definimos como finalidad deseante.

Por finalidad intencional entiendo aquella que busca resultados, aquella que está formulada en términos de utilidad, aquella que se interesa más por el puerto al que llegar que por la navegación misma. La que cuida la semilla por el árbol que será. El sentido de ese encuentro se halla por fuera del mismo, en un más allá temporal.

Por finalidad deseante entiendo la que se interesa por la navegación en toda su plenitud, la que cuida la semilla como semilla y no como el árbol que será. La finalidad de ese encuentro ocurre en el encuentro mismo, adquiere su plenitud allí donde está ocurriendo. Y mi propuesta desde el ACP, es poder considerar lo terapéutico desde este modo de comprender la finalidad.

Para aquellos que practicamos la psicoterapia desde el Acercamiento Centrado en la Persona, es una condición importante la ausencia de juicios de valor acerca de lo bueno o lo malo, en lo que hace a la experiencia vivida por nuestro consultante. Y si bien el ejercicio de la suspensión de juicios es posible en cierta medida, hay un juicio muy sutil que se filtra en la finalidad intencional: que el encuentro resulta ser bueno si consigue cumplir con cierta finalidad prevista y malo si se desvía o carece de la misma.

No tener más objetivos
que las manos abiertas
y los inevitables desvíos de la brújula,
no para corregirlos
sino para lanzarnos justamente por ellos.
Allí estas sombras que somos
hallarán los rumbos necesarios
para ahondar en el tiempo
los trazos de este sueño inverosímil
Sólo los desahuciados derroteros
y los viajes inversos
compaginan los sueños imposibles
y conducen a puerto

Roberto Juarroz

Me apresuro a aclarar que en tanto que humanos no podemos prescindir de la mirada que nos presta utilidad, pero que, comprendiéndonos como uno de los modos en los se expresa el universo, como parte y no aparte, nos cabe la posibilidad de incluir esa segunda mirada.

En un ejemplo: si conseguimos que un consultante deje de consumir alcohol, es bueno, supuesta la finalidad de conseguir la abstinencia, en cambio si no se cumple esa finalidad es malo. Entonces todos los "recursos" incluso la escucha o las tres condiciones básicas (aceptación, empatía y congruencia) están al servicio de esa finalidad predominante y a veces excluyente a tal extremo que, en función de su propósito "curador" ignora los cimientos de nuestra práctica centrada en la persona. Esto último no desconoce el valor de un procedimiento directivo, hacia la desintoxicación.

Sin embargo la deshabituación requiere de una forma de contacto que contemple una capacidad de escucha más centrada en la persona que en el síntoma, más atenta al sufrimiento de base que a sus implicaciones y secuelas. Lo notable de los grupos de autoayuda de alcohólicos es que, a diferencia de lo anterior, la potencia esta en el encuentro mismo, en la posibilidad de contar con la presencia solidaria de los compañeros, con el deseo de testimoniar su compromiso con la abstinencia, la sobriedad y la esperanza, nada más y nada menos que "sólo" eso.

"Veamos ahora el tema de la finalidad. La espontaneidad en el surgimiento de los sistemas, niega cualquier dimensión de intencionalidad o finalidad en su constitución o en su operar, y hace que finalidad e intencionalidad pertenezcan sólo al ámbito reflexivo del observador como comentarios que él o ella hace al comparar y explicar sus distinciones y experiencias en distintos momento de su observar" 1

Desde los años de mi experiencia como terapeuta, cada vez más advierto que la finalidad deseante es la que hace que los encuentros sean potentes y transformadores, y nos ubica en el movimiento natural de la vida y de relación entre las personas.

" Los filósofos que han especulado sobre la significación de la vida y el destino del hombre, no han notado lo suficiente que la naturaleza se ha tomado la molestia de informarnos sobre si misma. Ella nos advierte por un signo preciso que nuestro destino está alcanzado. Ese signo es la alegría."2

LOS JUEGOS QUE JUGAMOS

Partiendo del supuesto de que la realidad en su carácter múltiple opera con la lógica de las reglas de juego, querría brevemente referirme al juego que estamos jugando como civilización o como cultura: es el juego de los dualismos, del zapping, las oposiciones, los diagnósticos, las discriminaciones, las exclusiones; un mundo en el cual tanto terapeutas como pacientes vivimos la imposibilidad de permanecer en lo que ocurre, por buscar resultados urgentes. Este juego esta sostenido por la metáfora de la supervivencia del más fuerte, del principio de la competencia, en la que la urgencia es ganar a cualquier costo. ( Prestigio, dinero, éxito, etc.)

Los cuestionamientos que formulo a algunas posturas resultadistas están fundamentalmente dirigidos a lo que, a mi entender, son sus excesos, al carácter absoluto que da al tratamiento de los temas, y a los abusos y clausuras que este paradigma, al menos en la actualidad, nos ha impuesto a las personas.

No pretendo, con estas consideraciones, negar nuestra necesidad de la cultura de organizar de algún modo la irrupción del acontecer, sólo quisiera advertir el carácter arbitrario de tal organización, y en tal sentido otorgarle carácter de juego. Un ejemplo de esto, podemos tomarlo de la psicopatología, cuando consideramos un diagnóstico otorgándole el carácter de "la realidad única", con lo que estamos dejando de lado el status lúdico del mismo, que nos permitiría hacer más leve el "furor curador" de nuestro tiempo.

En el campo de la psicoterapia, crece la demanda por parte de los consultantes de mayor "eficiencia", en la desaparición de los síntomas, ofreciendo estos síntomas como desencarnados de su propia subjetividad, siendo éste un sutil modo de sometimiento al poder del otro. Esto ha acelerado la aparición de procedimientos técnicos psicoterapéuticos, que reafirman y acentúan esta relación de poder, como "régimen de saber", dando lugar a prescripciones e interpretaciones que sostienen la diferencia jerárquica entre el que sabe y el que no, entre el que puede y el que no. En la actualidad, este manejo del poder como sometimiento, se revela también en las prácticas que se instituyen para sostener los intereses de las grandes corporaciones médicas y farmacéuticas. Eslabones que construyen una cadena de sometimientos.

También sucede que en estos tiempos nos encontramos con una doble demanda. Por un lado, el reclamo por parte del consultante y de algunos enfoques de la psicología de ser los proveedores de las instrucciones para el uso de la psiquis, cuando hay algo que se percibe como no funcionando o funcionando mal. Hay una enorme urgencia por salirse del síntoma o del malestar, volver a la norma, ser normales, es decir, sentir que "están adentro del mundo" ; y en esto hay un derecho inalienable del padeciente de necesitar aquello que entiende como una solución para su "problema". Él requiere estrategias, respuestas, alivio, resultados. Pero al mismo tiempo y en razón del creciente y justificado descreimiento hacia el profesional como único poseedor de la verdad, hay un requerimiento implícito y frecuentemente explícito por parte de nuestros consultantes alejado de resultados y expectativas: El ser respetuosa y sinceramente escuchados. Se nos pide que seamos capaces de escuchar sin proferir verdades salvadoras. Esto nos enfrenta, a quienes estamos en una relación de ayuda, a ese doble requerimiento, que en sí contiene una aparente contradicción.

En un primer momento parece haber en quien nos consulta una finalidad clara y definida: dejar de sufrir, olvidar, calmarse, elegir, dejar de tener miedo….como un objetivo a lograr. Y esto existe y es parte de lo que nos vincula. Y parece que tendemos hacia un fin, primera finalidad, ayudar a dejar de sufrir, a olvidar, a calmarse. Sin embargo lo que nos ocurre en la experiencia desde la mirada que proponemos se hace más potente cuando en el encuentro, dejamos de perseguir un objetivo. El modo de estar, en donde la calidad de presencia elude cualquier finalidad, ocurre sin que el encuentro terapéutico pierda su sentido. Cuando podemos estar presentes y permanecer, nos resulta imposible someter la experiencia a alguna fórmula general, a la mera realización de un objetivo. Es lo que defino como contemplación activa. 3

El espíritu de nuestro oficio tiene varias líneas de soporte conceptual; una de ellas es la confianza en la tendencia que ordena y transforma la naturaleza total, el cosmos en general, del que somos parte, no sólo Rogers a nombrado esta tendencia, también Spinoza nos habla de la perseverancia en el ser (el conatus) que en el hombre se define como cupiditas es decir el deseo como pura afirmación de existencia, también Bergson la describe como el "elan vital" entre otros, así llamados vitalistas.

Esta tendencia existe independientemente de que seamos conscientes de ella. El percatarnos de esa tendencia no sólo nos permite estar frente al otro confiando en su despliegue personal, y en sus recursos sino también nos permite ser parte en ese instante de la entrevista, de un suceso dentro de una totalidad mayor, un acontecimiento del que no soy ni el artífice, ni el rector, ni el dueño ni conocedor a priori. Desde este punto de vista, participamos en un acontecimiento común en donde ambos estamos involucrados en esa tendencia transformadora. La tendencia a la que me refiero marcha en dirección de una mayor complejización. Nos dice uno de los actuales y más brillantes científicos de la teoría del caos, el biólogo Dan McShea: "Enseguida aprendo dos cosas, primero, que hay un consenso general, aunque vago, de que la complejidad ha aumentado a lo largo de la historia evolutiva. Segundo, que complejidad es una palabra muy resbaladiza. Puede significar muchas cosas. Una de las cosas con la que suele ir asociada es el progreso, la noción de que la evolución procede por una vía que conduce hacia la mejora inevitable. En la actualidad los biólogos se sienten muy incómodos con la idea de progreso debido a las connotaciones de una fuerza rectora externa. Es aceptable hablar de complejidad pero no de progreso." Hablar de transformación nos permite revisar el carácter teleológico con el que habitualmente entendemos desde el ACP a la tendencia actualizante, en la idea de que ésta "conduce" a los individuos hacia una especie de mejoría, hacia el "funcionamiento optimo de la personalidad". Esa manera de comprenderla, sigue ligada a una lógica finalista .Y no nos permite comprenderla como tendencia a una creciente complejidad, como multiplicidad de acontecimientos, de los que somos parte en el encuentro. La idea de progreso, implica una escala lineal donde lo previo es menos valioso que lo posterior y conlleva un inevitable juicio de valor en torno a lo que acontece. La complejidad nos incluye tanto al terapeuta como al consultante en mutua implicación, en esa multiplicidad transformativa, no lineal ni previsible. Es un puro devenir, donde la forma contiene virtualmente su trasforma.

Entonces, ¿para qué es necesaria la intervención del terapeuta desde nuestra manera de mirar? ¿Para qué son necesarias y suficientes las condiciones o las actitudes de las que nos habla Carl Rogers? Si el para qué esta sostenido en el uso que hace el terapeuta de un saber para modificar algo en el otro, con herramientas, que además le sirven para tener una distancia optima con el objetivo de curar o reparar, nos estamos considerando como separados del otro, y desde ahí actuamos como ayudadores, ubicando a quien nos consulta en el lugar del ayudado., Esta posición puede estar presente tanto en una técnica, como en la escucha, o en las actitudes. Esta modalidad deja de lado la coparticipación y la mutua implicación que consideramos fundante de una mirada inmanente4 de lo terapéutico.

Esta actitud que propongo está caracterizada por la aceptación de lo que aparece, de lo que se hace presente, por el mero hecho de aparecer, y no pretende hacer nada en especial con ello más que habitarlo, siendo un participante más de ese acontecer facilitando la expresión. Esto implica un compromiso total, personal, y no necesariamente instrumental con lo que aparece.

La particularidad de esta mirada es la afirmación de lo que hay como lo que está siendo, basada en el amor fati5, es decir en el amor a lo que sucede del que nos habla Nietzsche. Es una praxis terapéutica de creación mutua, de implicación mutua, que concibe el deseo como afirmación y el poder compartido.

Valoro los esfuerzos que se realizan en procura de una integración de los diversos modelos de psicoterapia, pero me pregunto cómo integrar aquello que defino como integro, en el sentido en que no le falta ni le sobra nada.

Volviendo entonces a la pertinencia de la finalidad inmanente en el territorio de la psicoterapia, podemos dar cuenta del fenómeno del encuentro terapéutico, como un territorio en el cual el suceso es una unidad, donde no hay más jerarquías que la diversidad de intensidades que se van haciendo presentes. Ocurren flujos de formas y transformas, diferentes planos de experiencia, distintos modos de manifestación y expresión, dentro de lo integro y eterno de ese encuentro, de lo que allí está presente.

Sin duda esto requiere más de una actitud que de una técnica, más de un compromiso experiencial que de un automatismo intelectual, y debiéramos admitir que, para poder situarse en esa plenitud de presencia por parte del terapeuta, hay un enorme camino que desandar: el camino de los prejuicios, las etiquetas y la urgencia de "resultados". En este sentido nuestra modalidad en psicoterapia es inofensiva, porque se propone estar como modo de hacer más que hacer como modo de estar, es decir no toma la ofensiva con relación a quien consulta.

El poder en psicoterapia es compartido entre terapeuta y paciente, de tal modo que, entre ambos ocurre el acontecer terapéutico que da lugar a la transformación. Ambos son activos en esa relación. Esto es para nosotros el poder de la psicoterapia. De esta manera la relación de poder es otra, las jerarquías a priori se desvanecen en el encuentro. Es también una puesta en cuestión del poder médico, definiéndonos más como ayudantes, (participantes de la ayuda) o si se prefiere, socios en esta aventura, claro que con roles diferentes dentro del mismo acontecimiento.

En este sentido la psicoterapia que proponemos es subversiva, porque subvierte el orden jerárquico del que sabe: el terapeuta, y el que no sabe: el paciente. Así admitimos entonces la ayuda como algo que se instala en el suceso de una sesión o de una entrevista. Todos los participantes de ese acontecimiento terapéutico somos beneficiarios de la ayuda.

Una forma interesante de verlo es como lo expresa Thomas Moore (1998) en El cuidado del alma: "El cuidado del alma es algo de un alcance muy diferente al de la mayoría de las modernas nociones de la psicología y de la psicoterapia. No tiene que ver con curar, arreglar, cambiar, adaptar o devolver la salud, ni tampoco con idea alguna de perfección, ni siquiera de mejoramiento. No busca en el futuro una existencia ideal y libre de problemas. Mas bien se mantiene pacientemente en el presente, cerca de la vida tal como se presenta día a día."

La psicoterapia es entonces un suceso que se manifiesta descentrado, lúdico, creador de nuevos sentidos, que posibilita la constitución del fenómeno originario del encuentro e implica una especie de convivencia de todos los elementos del "entre" que encuentran allí su potencia de hacerse manifiestos. Esa relación va a responder a su propia dirección, creando sus formas, estilos, ritmos. La psicoterapia así entendida no es una cuestión de tiempo. No cabría entonces hablar en términos de proceso sino de transformación, como el cambio de la forma dentro de sí. Cada encuentro es en sí un suceso y tiene la nota de la eternidad, y no le falta ni le sobra nada porque ese encuentro es todo dentro de ese encuentro.

Las reglas de este juego que propongo son la plenitud de presencia, la conciencia de que somos multiplicidades, que somos lo que ocurre. Advirtiendo que si bien estamos diferenciados, no estamos separados, que somos parte de la trama universal que nos une a todas las otras manifestaciones de lo que existe. Es por todo esto que nombramos lo terapéutico como un acontecimiento vital, expresión del devenir de la vida y de los encuentros en los que nos involucramos con esta calidad de presencia.

1:Referencia del Prefacio de Humberto Maturana Romesín a la segunda edición del Libro: De máquinas y seres vivos: Autopoiesis, La Organización de lo vivo.
2: Materia y memoria . Henri Bergson
3: Rud Claudio. Entre metáforas y caos. (De la intervención pasiva a la contemplación activa). Ediciones Nueva Generacion. Buenos Aires
4: Ver: La filosofía de lo Abierto. Claudio Rud 2006
5: Mi fórmula para expresar la grandeza en el hombre es amor fati: el no querer que nada sea distinto, ni en el pasado, ni en el futuro, ni por toda la eternidad. No sólo soportar lo necesario, y menos aún disimularlo -todo idealismo es mendacidad frente a lo necesario-, sino amarlo...” Nietzsche - Ecce Homo